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El conflicto en Palestina y la noviolencia

Por Houssien El Ouariachi. 13 de octubre de 2023.

El pasado sábado por la mañana nos despertamos con la noticia del ataque perpetrado por los movimientos de resistencia palestina, liderados por Hamás, contra Israel, esta vez fue un ataque masivo por vía terrestre, aérea, y marítima y, por vez primera desde hace 50 años, hubo invasión de hombres armados palestinos.

Este artículo no trata de abordar las diferentes informaciones sobre este último estallido de un conflicto putrefacto que dura ya más de 75 años; ya se encargan los telediarios de ello, al mismo tiempo que se encargan de borrar la memoria y descontextualizar el conflicto.

Este escrito es un intento de reflexionar sobre el contencioso, marcado por las bombas y armas de fuego, desde una perspectiva noviolenta, por lo que será necesario abordar las causas del conflicto, por los menos las principales, el enconamiento de las partes en el mismo y si hay margen para una solución noviolenta.

En el S.XIX, con el auge de los nacionalismos autoritarios en Europa y su intolerancia a la diversidad, el antisemitismo repuntó y los judíos europeos se han visto cada vez más reprimidos; Napoleón, de hecho, propuso una solución final para los judíos, no a estilo del holocausto, sino de crear un Estado en alguna parte del mundo, menos en Europa, para ser el hogar nacional judío.

Este ambiente y estas ideas no pasaron desapercibidas para una élite judía secular como Theodor Herzl, quien funda el movimiento sionista, con el objetivo de crear un Estado judío. Herzl y compañía se moverán en todos los sentidos para hacer realidad su sueño. Empezaron a sembrar su ideología entre las poblaciones judías de Europa y América del Norte, buscaron financiación, adhirieron a su causa a mandatarios, políticos y empresarios occidentales, e incluso, cuando decidieron que ese país fuera Palestina, intentaron comprarla al sultán Abdelhamid II, el sultán otomano.

Desde finales del S.XIX la Agencia Judía organizó varias migraciones de familias y comunidades judías hacia Palestina para su colonización, labor que realizaba de forma clandestina al principio, luego en complicidad con la potencia ocupante, Gran Bretaña, desde 1917; con el auge de los movimientos fascistas en Europa, se intensificó su actividad, incluso cuando la Segunda Guerra Mundial había acabado y los fascistas habían sido derrotados.

Para cuando los árabes se dieran cuenta de que su país sufría una ocupación programada, empezaron a organizarse para impedir la usurpación de su país; en 1936 estalló la revolución de Izzedin al-Qassam (en cuyo recuerdo las brigadas de Hamas llevan su nombre) contra la ocupación británica y sionista, pero fue duramente reprimida y apagada.

Entre 1945 y 1948, el movimiento sionista, que contaba con varias organizaciones paramilitares entrenadas por los británicos, como Stern, Haganá o Irgún [que formarán el posterior ejército], lanzó una campaña terrorista que acabó con cientos de británicos, por imponer un límite a la migración judía y para obligarles a salir de Palestina y declarar su independencia. Ante el panorama que se avecinaba, los países árabes limítrofes amenazaron con declarar la guerra si los sionistas declaraban la creación de su Estado. Lo declararon, estalló la guerra, venció Israel, desterró a la mitad de la población y ejecutó un programa de limpieza étnica para desplazar a la población árabe restante. Los hechos supusieron una Nakba [catástrofe] para los árabes y una fiesta nacional de la independencia para Israel.

Desde entonces se sucederán varios estallidos armados, atentados, manifestaciones, huelgas… todo tipo de manifestación para que los palestinos consiguieran su libertad e independencia, tal y como mandaban las resoluciones de las Naciones Unidas, siendo Israel el Estado que ostenta el sospechoso honor de quien más resoluciones tiene en contra y el que nunca hace caso de las mismas, cuando su propia existencia se debe a una resolución de la ONU, la primera que tomaba el recién estrenado organismo internacional, condenando así su legitimidad desde su nacimiento al escenificar que el derecho no es más que una relación de poder.

Desde entonces, unos ejercen su poder con la complicidad de las potencias mundiales (tanto Occidente como la URSS votaron a favor de crear el Estado de Israel), y otros intentan resistir a su desaparición. Las resoluciones de la ONU reconocen a los palestinos su derecho a establecer un Estado sobre el 22% del territorio de Palestina (en base a la resolución de repartición), el derecho de los refugiados al retorno y que Jerusalén Este sea su capital. Los israelíes les niegan esos derechos.

Ni siquiera las elecciones democráticas celebradas en Gaza y Cisjordania en 2006, auspiciadas por la ONU y por exigencia de EEUU, sirvieron para apaciguar el conflicto. Las partes involucradas creían que el partido Fatah, liderado por Mahmoud Abbas, saldría ganador y, por tanto, tendría la mano libre para desarmar a la resistencia. Sin embargo, las urnas, bajo supervisión de observadores internacionales, anunciaron la victoria de Hamás. En lugar de respetar los resultados, Israel y EEUU, y con ellos todos los países de su órbita, sometieron a la franja de Gaza a un embargo criminal que sigue vigente hasta la actualidad.

Cualquiera se preguntaría: ¿Por qué? ¿Por qué Israel niega a los palestinos sus derechos reconocidos por los organismos internacionales, dominados por los amigos de Israel, y que están muy por debajo de los derechos legítimos de existir una justicia ciega al poder?

La respuesta es más sencilla de lo que puede parecer.

El sionismo se basa en una serie de mitos, de los cuales destacamos dos, uno que dice que Palestina es su tierra prometida (por Dios a Abraham, y resulta que Abraham es tanto judío como cristiano y musulmán), y otro que dice que Palestina es un territorio sin pueblo para un pueblo sin tierra (es decir, los judíos). Cuando los sionistas llegan a Palestina, la encuentran poblada y próspera, ¿Qué hacer con los mitos? ¡Ejecutarlos!

La violencia de la ocupación y la limpieza étnica, además de la humillación diaria, unido a la sordera y los engaños de la mal llamada comunidad internacional, llevan a los palestinos a estallar cada x tiempo, con estallidos que con los años van creciendo en violencia y precisión militar.

Y puesto que el conflicto perdura desde hace décadas y que el mundo no lo ha podido solucionar, ¿Qué se puede hacer para resolver el conflicto desde la noviolencia? ¿Es ético exigir a los palestinos no tomar las armas? ¿Puede la noviolencia aceptar una solución injusta? ¿Es la noviolencia incompatible con el derecho a la legítima defensa?

Los palestinos nos ofrecen su experiencia también desde la resistencia noviolenta.

Allá por el año 2004, cuando el Estado israelí inició la construcción de su muro del apartheid, el trayecto expropiaba los terrenos de varias comarcas y aldeas palestinas de Cisjordania de forma ilegítima e ilegal. Entonces varios hombres y mujeres, especialmente los jóvenes, con la colaboración de ciudadanos israelíes, empezaron a manifestarse, a organizar sentadas y todo tipo de protesta creativa para presionar y obligar a corregir el trayecto, la respuesta israelí no fue diferente a la acostumbrada: represión militar, muertes, detenciones, palizas… Los manifestantes denunciaron el atropello ante la Corte Militar Suprema israelí, quien, en el último suspiro, les dio la razón, pero sin aceptar rectificar la mayoría del trayecto, sólo obligando a rectificarlo parcialmente (de expropiar el 60% al 20% en el caso de la aldea de Ni’lin, otras como Bal’in, Nabi Saleh y Al-Ma’sara no han corrido la misma suerte).

Los comités de resistencia popular, que organizaban las protestas noviolentas contra el muro de la vergüenza, y a pesar del apoyo internacional de los movimientos pacifistas y noviolentos, ven cómo sus esfuerzos y sacrificios no tienen efecto sobre las políticas de la ocupación, más cuando el nivel de violencia crece y la voz de la paz se ahoga.

Aunque el artículo no responde a los interrogantes, es una invitación a reflexionar, pensar, y a ser posible, idear estrategias que podrían servir a la resolución de un conflicto que desestabiliza el mundo, no sólo la región.

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